IBERO Puebla abrió un espacio de diálogo sobre la relación entre tiempo, productividad y bienestar académico. La Jornada ARU: #Vivir el tiempo abordó la prisa contemporánea como un desafío social y educativo.
El reloj está en peligro de extinción. Nunca hay suficiente tiempo y cada vez se necesita más; es un bien preciado que se explota hasta que se desdibujan las nociones del día y la noche. Para dialogar al respecto, la IBERO Puebla convocó a su comunidad universitaria a participar en la Jornada ARU: #Vivir el tiempo. Experiencias y reflexión crítica.
La directora del Centro Intercultural de Reflexión y Acción Social (CIRAS), Guadalupe Chávez Ortiz, subrayó la importancia de generar pausas significativas dentro del ámbito universitario. “A veces, detenerse es una forma de resistencia pacífica”, expresó al destacar las llamadas “pausas ignacianas”, momentos de introspección y serenidad que caracterizan la pedagogía jesuita.
El académico chileno Darío Montero de Caso inauguró las actividades con una conferencia magistral en la que señaló que la sociedad moderna vive atrapada por la prisa y la exigencia de productividad, especialmente en las ciudades, donde “las semanas se pasan volando” y la angustia se ha vuelto estructural.
Montero explicó que esta aceleración no solo afecta la vida cotidiana, sino también la política, el trabajo y la educación. “La democracia es lenta”, enfatizó, al advertir que la inmediatez de las decisiones por decreto sustituye los procesos deliberativos. En su análisis, la lógica de la velocidad erosiona la reflexión y favorece la tecnocracia sobre el pensamiento crítico.
Durante su intervención, introdujo el concepto de “universidades aceleradas”, instituciones presionadas por la productividad académica y los indicadores de rendimiento. “Hoy en día, uno no deja de trabajar nunca. La academia demanda más de lo que podemos rendir”, apuntó. Esta dinámica, agregó, fragmenta los vínculos humanos y debilita la creatividad.
El especialista también cuestionó la tendencia de las universidades a cuantificar el conocimiento. “El saber no se mide: se juzga y se evalúa”, afirmó, señalando que el exceso de normas administrativas ha generado una “regulitis” que sofoca la reflexión y la libertad intelectual. Llamó a esta obsesión “cronopatía”, una enfermedad del tiempo contemporáneo.
Finalmente, invitó a reivindicar la vocación docente y a resistir la lógica de la aceleración desde la enseñanza y el pensamiento crítico. “Lo que hay que reelaborar es nuestra percepción del tiempo y las expectativas de productividad”, concluyó.